EL DEVORADOR DE PALABRAS DE MARC BERNARDIN

Devorador de palabras 029: Recuerdos de la Comic-Con

Tucán leyendo un cómic

Mi primera Comic-Con fue un borrón. Era 2003 y yo trabajaba para Entertainment Weekly como redactor. Intentaba convencer a los poderes fácticos de que debíamos crear una sección de reseñas de cómics. Mi gran baza eran los 400 millones de dólares que recaudó la primera película de Spiderman en Estados Unidos: estaba claro que había gente a la que le encantaban los superhéroes y que merecía la pena dedicar unas páginas al mes a explicar a nuestros lectores de dónde venían esos superhéroes.

El convencimiento funcionó. "¿Cuál es el primer paso?", me preguntó el redactor jefe. "Tengo que ir a la Comic-Con de San Diego".

Como esto se publicaba a principios de la década de 2000, cuando la gente ganaba dinero de verdad, dijeron que sí. Así que me fui.

En 2003 solo hubo unos 70.000 asistentes a la CCI, casi la mitad que en 2014. Y, como se puede imaginar, la mitad de la gente lo hizo dos veces más fácil de navegar. Permítanme ponerlo de una manera que va a molestar a los diablos de cualquier persona que sólo ha estado alguna vez en la encarnación moderna de Comic-Con: En 2003, podías ir a un panel situado en el otro extremo del Centro de Convenciones a las 11:45 de la mañana, caminar hasta la sala 20 y coger sitio para el panel de las 12:00 de la noche sin sudar. No había colas. Ni acampadas. Ni pizzas a medianoche de cineastas que buscan ganarse favores. Con un poco de planificación, podías hacer todo lo que quisieras.

Aparte de algunos antiguos compañeros de la revista Starlog que eran editores en DC, no conocía a nadie en el mundo del cómic. Por suerte, una de esas editoras -la gran y sabia Maureen McTigue- me llevó de la mano y me presentó a todos sus conocidos. Y conocía a todo el mundo: editores, publicistas, guionistas, artistas, editores, coloristas, dibujantes. Pasillo tras pasillo, conocí a la gente que hacía cómics, que leía cómics, que amaba los cómics más que nadie que hubiera conocido jamás. Me habló de la fiesta de despedida en el Hyatt, donde todos, desde los becarios hasta los fundadores de Image, iban a desahogarse y, por el precio de un chupito y una cerveza, soltaban secretos que te ponían los pelos de punta.

Leía cómics desde los 10 años y creía que me encantaban. Pero hasta que no conocí a la gente que los hacía, no sabía nada de cómics. Cuando pienso en mi relación con los cómics -de lector a periodista y a creador-, mi Comic-Con de 2003 fue el salto cualitativo.

Todo surgió de ese viaje. Me cambió la vida. Me gustaría pensar que para mejor, aunque a mi mujer nunca le ha entusiasmado la cantidad de cómics que llevo conmigo a todas partes.

Los cómics han sido una distracción cuando lo he deseado, una válvula de escape cuando lo he necesitado y un salvavidas cuando menos lo esperaba. Y en cada Comic-Con -por muy abarrotada que esté, por muy agotadora que sea- siempre encuentro algo que me recuerda por qué tengo cómics en mi vida.

Porque, bueno, cómics. Claro.


El Devorador de palabras de Marc Bernardin volverá el tercer martes de agosto aquí, en Tucán.

Escrito por

Publicado en

Actualizado